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RECUERDOS Y NOSTALGIA

LAS NAVIDADES DE AQUELLOS TIEMPOS.

Asi como las vacaciones de verano, “las vacaciones largas”, significaban libertad y aventuras y juegos de beisbol sin fin, para la chamacada del pueblo, también las vacaciones cortas, o sea las de navidad, tenían lo suyo.

Como todos en el pueblo cursé mi primaria en la escuela José Carmelo. Un nombre que para mi no significaba nada, sólo el dibujo de la cara del viejito que venía estampada en el escudo escolar que debíamos portar en las ocasiones especiales como los lunes cívicos y los desfiles. Siempre me pregunté quién era josé Carmelo y nunca nadie me lo dijo, ni te lo explicaban en clase; muchos años después encontré la respuesta a ambas cosas: Quien fue José Carmelo y porque nunca nos explicaron su biografía. Tuvo una vida interesante y un evento marcó su “olvido” intencional, para muchas familias del pueblo. En otra ocasión contaré algo de eso.

Unos días antes de salir de vacaciones de navidad, en la escuela se comenzaba a sentir el ambiente navideño y un poco más festivo. Hasta donde se podía, porque no había recursos, los maestros y maestras trataban de “adornar” el salón con motivos navideños, dibujitos de paisajes nevados que nos parecían tan lejanos y tan inexplicables en medio del desierto; medias echas en casa, de esas que se ponían en la chimenea decía la tradición; todo pegado en puertas y paredes.

Dos eventos nos indicaban que la navidad ya estaba a la vuelta de la esquina: La rifa del intercambio de regalos en el salón sacando cada quien un papelito para ver a quién te tocaba regalarle y poner el “arbolito de navidad”. Y lo pongo entrecomillado porque nuestros arbolitos de navidad eran una adaptación de los que veíamos en los dibujos, en las tarjetas de navidad y en las revistas.

Como vives en el desierto, es obvio que no hay pinos para poner de navidad. La solución era muy sencilla. La escuela estaba y está aún, ubicada en las faldas del cerro  más alto del pueblo lleno de mezquites, palo fierro, palo verde, choyas, sahuaros, torotes. Entonces el maestro seleccionaba a cuatro o cinco alumnos y les encargaba la comisión consistente en ir a buscar, cortar y traer el “arbolito de navidad” al cerro. Unas tres veces me tocó estar en ese selecto grupo. Significaba mucho para nosotros; significaba confianza y aprecio del maestro, seguridad de que lo harías bien, y sobretodo, significaba que ya “eras grande”.

Y ahi vamos los cinco seleccionados para tan importante tarea y nos lo tomábamos muy en serio; tenía que ser un arbolito que les gustara a todos en el salón, lo suficientemente grande para que se viera bien pero no tanto como para que no pudiéramos cargarlo. Caminando llegábamos al cerro, comenzábamos a subirlo y mas o menos a la mitad comenzaba la búsqueda. El árbol preferido era el torote por varias razones: No tenía espinas, en esa época del año permanece con hojas aún verdes, tiene normalmente un buen tronco liso como para meterlo en un bote y que se detenga parado, y lo más importante, el olor, el aroma que despide, que para nada se parece al aroma de los pinos, pero que para nosotros si y una vez en el salón de clases inundaba de olor.

Cargábamos con machetes, cuchillos y pala, ésta última porque una vez seleccionado el torote a cortar, había que escarbar un poco para descubrir lo más que se pudiera del tronco y aprovecharlo mejor. No era tan difícil encontrar uno adecuado, había muchos.

Lo cortábamos y pujando y con esfuerzo, pero felices, bajábamos el cerro y caminábamos a la escuela para llevarlo hasta el salón de clases. Ya los compañeros y compañeras nos esperaban con los adornos que trían de casa para poner en el arbolito.

La primera tarea era meter el torote en un bote de esos de galón de pintura. Se le ponían algunas piedras al rededor y se llenaba de arena para que quedara firme y se detuviera parado sin ladearse. Una vez logrado lo anterior, el bote se forraba con papel navideño y cubriendo todo el bote hacia el suelo y alrededor se ponía un chingo de algodón, simulando la nieve; siguiente paso, colocar la extensión con los foquitos de colores, de aquellos grandes, ovalados, no había de otros y al final,  colgar las esferitas de colores en las ramas del árbol y ponerle también, pelo de ángel y tiras de colores y algunas tarjetas de navidad y la estrella hasta arriba cuando se podía. Quedaba hermoso, precioso, y era un orgullo porque todos participábamos en esa tarea. No se usaban entonces los monitos, ositos, angelitos y cosas que se usan hoy, y ni había dinero pa empezar.

El regalo de intercambio se entregaba el ultimo día de clases que era también el día de la posada de la escuela. Ese día era un encanto, todo el día de fiesta. En el salón de clases se hacía el intercambio y cada quién le entregaba su regalo a quién le había tocado en la rifa. Los más pudientes, compraban una caja de cherrys  americanos, con la Norma Aguilar o unos calcetines comprados en Caborca o cosas así. Los menos pudientes te regalaban una bolsita de dulces y chicles comprados con el Señor Torres y Mauricio, pero todos cariñosamente envueltos y todos recibidos con un gusto enorme.

Luego seguía la posada en la cancha de la escuela. Cada salón había, previamente en los días anteriores, preparado y adornado con papel de china y engrudo una hermosa piñata de cinco picos en una olla de barro y se llenaba con naranjas de que Don Miguel, pedazos de caña, un chingo de cacahuates, y unos pocos de dulces y chicles y mucho confeti. Cada salón, de primero a sexto pasaba a quebrar su piñata, amarrada al tablero de basquetbol de la cancha por un lado, y el Profesor Abelardo “El Callado” en la otra punta del mecate jalándolo desde el segundo piso o terraza del edificio.

Como las piñatas era de barro, nunca faltaba el descalabrado al que le caía algún pedazo de olla en la cabeza, pero ni por eso dejaban de tirarse al suelo y agarrar lo mas que se podía de dulces y naranjas y etc. Que felicidad, que bonita navidad.  Ese día todos éramos iguales, amigos, compañeros, ese día no había pies descalzos y mocos en la cara, solo sonrisas y gritos de alegría.

Regresábamos a casa con un cargamento de dulces, sonrisas, gritos, alegría y mucho amor a empezar las vacaciones cortas o de navidad.

NAVIDA

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