El día había terminado, las últimas luces escapaban por el inmenso horizonte de la gran ciudad, los obreros volvían a a sus hogares después de la rutinante tarea, los niños gastaban sus energías !!qué energías!! corriendo por aquí y por allá, las madres se metían a sus cocinas a preparar aromáticas cenas a la familia; los estudiantes universitarios caminaban por las calles con su futuro en las manos, al lado de la ciencia antigua; los coches se arremolinaban en las estrechas avenidas que un siglo antes habían servido para que las familias pasearan los domingos caminando y comentando los actos de los días anteriores, las secretarias –qué lindas secretarias — con sus monos uniformes llenaban las avenidas engalanándolas y contando los chismes del día-oficina-máquina de escribir-jefe; las fábricas paraban momentáneamente su enajenación para dar tiempo a los overoles-almidón del segundo turno, tomaran su lugar en el engranaje, y el astro rey se ponía rojo de vergüenza y luego ocultaba su cara tras las montañas para dar paso a la blanca cara dela Diosa de la Noche, al tiempo que en la ciudad los focos de atención se encendían para alejar el innato temor del humano a permanecer en la oscuridad.
En la suntuosa oficina del piso más alto del edificio más grande de la ciudad, un suntuoso ejecutivo-panza Arrow-habano caro-pelo albo, ordenó a su secretaria: “Quiero el Mercedes aquí dentro de cinco minutos, y usted puede irse, si lo desea”. Un silencioso “Sí señor” se dejó escuchar por el aparato que establecía una comunicación no del todo deseable.
tres mil segundos después, el aparato aulló de nuevo para decir: “Señor, su Mercedes esta listo, ¿Desea algo más?” La respuesta fue muda, solo un zumbido se proyectó hasta el otro aparato.
El mercedes se abrió paso a fuerza de claxon por entre el tumulto de obreros y lindas secretarias que salían por la puerta comunal, la puerta que nunca vió pasar un panza-Arrow-boca de habano, sino solo uniformes-piernas lindas-pancita de faja-cabello shampoo y overoles-almidón-gorras sudor-manos curtidas-piel morena.
“¿A algún lugar en especial, señor?”. Tan sólo un ademán fue la respuesta. La gorra de chofer se volvió lentamente y siguió su camino por la estrecha avenida en la que caminaban sus compañeros quienes lo saludaban con la mano en alto, pero ruborizaban su cara al descubrir el habano que sobresalía por la ventanilla, y con gesto de sumisión, descubrían las líneas del suelo, las colillas, los papeles, los vasos, los insectos.
Dos ríos de autos más allá, la luz color de fuego hizo que el auto se detuviera, para que otro río de chatarra pasara despidiendo gases contaminantes.
“¡¡ Sigue zopenco!! No te detengas, llevo prisa” “pero señor, no pue…” “¡Que sigas te digo, a mi las luces rojas me la pelan…!” “Pero comprenda señor, no se puede, hacer eso sería como…” “¡Te ordeno que sigas y debes seguir imbécil!!”
Margarita, Joaquín, Rubén, Lolita, Morales, Gonzalitos y “la ofrecida de compras” transformaban sus caras, ojos abiertos, bocas de incredulidad, llantos, gritos “Sí es él”, “No, traía otro traje” “El anillo de la mano derecha, es el de él” “llamen a la cruz roja” “Ayyy”.
Dos horas se tardaron en sacar al panza-Arrow-habano caro, dos horas inútiles porque la muerte se había adelantado hacía mucho y sin esfuerzo se lo llevó, sin sudar siquiera. Dos horas en que la gorra de chofer estuvo agonizando, para morir sin que nadie se percatara de ella.
Monterrey, N.L, marzo de 1979.