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RECUERDOS Y NOSTALGIA

EL CINE PITIQUITO.

Y después del día de posada en la escuela primaria, con lo cual se cerraba el ciclo  escolar agosto-diciembre, pues comenzaban las vacaciones cortas. Eran menos movidas que las de verano, pero aún así encontrábamos la manera de hacerlas divertidas y para nada aburridas. El frío nos limitaba un poco, pero no mucho en realidad, lo único que podía mantenernos en casa era un resfriado de esos que echas agua por la naríz, y a veces ni eso nos detenía.

Entre los 9 y los 13 años, es decir antes de que te comenzaran a “preocupar en serio” las muchachas, lo que hacía en el día era salir a la calle e ir a casa de alguno(s) de los amigos a ver si salían (Lo que siempre sucedía) y rápidamente nos juntábamos 4, 5 y a buscar qué hacer.

Don Raúl Reyna tenía el Cine Pitiquito que daba funciones dobles, los martes, jueves, sábado y domingo de cada semana, por la noche. Durante el día, el cine permanecía cerrado… pero no para nosotros. Todavía hoy cuando nos juntamos, recordamos con agrado y muertos de risa todas las anécdotas y las aventuras que vivimos durante años en el cine cerrado durante el día. Era el lugar perfecto porque podíamos hacer lo que quisiéramos a puerta cerrada y sin frío en el invierno; además en el centro del pueblo.

De chamacos, los juegos en el cine eran, las escondidas, los encantados, a los tejanos, (Vaqueros) y hasta beisbol corriendo entre las bancas ; un poco más grandes, nos metíamos a fumar a escondidas o simplemente a platicar charras. Y más grandes aún, cuando las hormonas comienzan a inquietarte, nos metíamos a tomar, a fumar y a ver las mejores escenas de las películas para adultos americanas o mexicanas, las de Meche Carreño, Isela Vega y algunas por el estilo. Hacíamos coperacha para comprar una botella de ron San Marcos o Bacardí o bien cerveza. Teníamos 15 años.

Yo no se si Don Raul  Reyna se daba cuenta y se hacia el loco; creo que no, porque conociéndolo nos hubiera agarrado a cintarazos mínimo o se hubiera quejado con nuestros papás; algunas veces nos agarró adentro pero si su nieto Jorge Cota que era de la bola, andaba ahí, salía èl  a “recibir” a su Tata Raúl y los demás poníamos la mejor cara de niño bueno que teníamos super ensayada; Nos veía, nos preguntaba qué andábamos haciendo, le respondíamos que ayudando a limpiar y recoger la basura de la función de la noche anterior, hasta escoba agarrábamos, y nos dejaba y a lo suyo. Normalmente conocíamos sus horarios a la perfección: Entre 10 y 11 de la mañana llegaba para recoger las películas ya vistas o bien para bajar las nuevas que habían llegado. Si Jorge no andaba con nosotros no había problema normalmente el “Cacaro” del cine o el que hacía el aseo, eran amigos nuestros y entonces si, el grito era “ahí viene Don Raúl” y a correr todos a escondernos, unos tirados entre las bancas, otros detrás de la pantalla y otros en el techo; un silencio absoluto, sepulcral, no se oía nada. Entraba Don Raúl y caminaba y jamás nos encontró escondidos. Salía Don Raúl,se iba y los gritos y risas comenzaban.

Pasamos muchos inviernos y muchos veranos también en el interior del Cine Pitiquito, crecimos, de niños a pubertos y luego adolescentes, jóvenes. Conocimos cada rincón del edificio, cada butaca, aprendimos a prender las máquinas proyectoras, aprendimos a cortar y pegar rollos de película con acetona para las uñas y aprendimos sin saber que eso era, a editar películas, pues si queríamos hacíamos que Nacho Carrasco cortara y pegara escenas que no correspondían sólo para divertirnos y reirnos; luego se volvían a pegar a la perfección los rollos, usando sólo una navajita guillete y un frasquito de acetona.

Vimos en “función privada y exclusiva”, algunas películas antes de su estreno en el Cine Pitiquito; nos hicimos amigos y compañeros de Pedro Infante, Jorge Negrete, Arturo de Cordova, Prudencia Grifell, Sara García, Luis Aguilar, Miguel Aceves Mejía, Cesar Costa, Enrique Guzmán, Angelica María, El Santo, Blue Demond, Huracán Ramírez, Jerry Lewis, Jane Fonda, Robert Mitchum, John Wayne, Cleant Eastwood. Crecimos con ellos, actuaron para nosotros en privado muchas veces, los considerábamos parte de la familia casi casi. A veces pensábamos que si les hablábamos a los actores, ahi en la pantalla, nos responderían y nos saludarían y nos reconocerían. Así de nuestros los considerábamos.

Yo no imaginaba ni en los sueños más locos, que unos años después estudiaría Comunicación y llevaría la materia de cine y en ella volvería a ver muchas de esas películas, pero ahora debía analizarlas, desmenuzarlas escena tras escena, analizar los personajes, analizar la actuación, la dirección, la iluminación, la fotografía. Fue un felíz reencuentro con mis amigos de la pantalla y con mis amigos de mi pueblo, pus cuando veía esas películas en clase en Monterrey, inevitablemente terminaba con la mente en el Cine Pitiquito, con mis amigos al lado. Afortunadamente me las sabía de memoria las películas, muchas las vi más de cinco veces.

Para ese grupo de amigos, que no éramos muchos porque el cine no era para todos, era de nosotros, el Cine Pitiquito significó mucho más que una sala de proyección de películas, ahi dejamos parte de nuestra vida y ahí nos hicimos grandes prácticamente.

Agradezco a Don Raúl Reyna el haber sostenido lo más que pudo el Cine, antes de cerrar definitivamente. Sé que fue una difícil decisión que dolió a toda la familia pero tal vez el nunca supo que había un grupo de chamacos traviesos a los que nos pudo y nos dolió mucho más. Al cerrar, se cerró un capítulo en nuestras vidas, en nuestras almas.

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RECUERDOS Y NOSTALGIA

LAS NAVIDADES DE AQUELLOS TIEMPOS.

Asi como las vacaciones de verano, “las vacaciones largas”, significaban libertad y aventuras y juegos de beisbol sin fin, para la chamacada del pueblo, también las vacaciones cortas, o sea las de navidad, tenían lo suyo.

Como todos en el pueblo cursé mi primaria en la escuela José Carmelo. Un nombre que para mi no significaba nada, sólo el dibujo de la cara del viejito que venía estampada en el escudo escolar que debíamos portar en las ocasiones especiales como los lunes cívicos y los desfiles. Siempre me pregunté quién era josé Carmelo y nunca nadie me lo dijo, ni te lo explicaban en clase; muchos años después encontré la respuesta a ambas cosas: Quien fue José Carmelo y porque nunca nos explicaron su biografía. Tuvo una vida interesante y un evento marcó su “olvido” intencional, para muchas familias del pueblo. En otra ocasión contaré algo de eso.

Unos días antes de salir de vacaciones de navidad, en la escuela se comenzaba a sentir el ambiente navideño y un poco más festivo. Hasta donde se podía, porque no había recursos, los maestros y maestras trataban de “adornar” el salón con motivos navideños, dibujitos de paisajes nevados que nos parecían tan lejanos y tan inexplicables en medio del desierto; medias echas en casa, de esas que se ponían en la chimenea decía la tradición; todo pegado en puertas y paredes.

Dos eventos nos indicaban que la navidad ya estaba a la vuelta de la esquina: La rifa del intercambio de regalos en el salón sacando cada quien un papelito para ver a quién te tocaba regalarle y poner el “arbolito de navidad”. Y lo pongo entrecomillado porque nuestros arbolitos de navidad eran una adaptación de los que veíamos en los dibujos, en las tarjetas de navidad y en las revistas.

Como vives en el desierto, es obvio que no hay pinos para poner de navidad. La solución era muy sencilla. La escuela estaba y está aún, ubicada en las faldas del cerro  más alto del pueblo lleno de mezquites, palo fierro, palo verde, choyas, sahuaros, torotes. Entonces el maestro seleccionaba a cuatro o cinco alumnos y les encargaba la comisión consistente en ir a buscar, cortar y traer el “arbolito de navidad” al cerro. Unas tres veces me tocó estar en ese selecto grupo. Significaba mucho para nosotros; significaba confianza y aprecio del maestro, seguridad de que lo harías bien, y sobretodo, significaba que ya “eras grande”.

Y ahi vamos los cinco seleccionados para tan importante tarea y nos lo tomábamos muy en serio; tenía que ser un arbolito que les gustara a todos en el salón, lo suficientemente grande para que se viera bien pero no tanto como para que no pudiéramos cargarlo. Caminando llegábamos al cerro, comenzábamos a subirlo y mas o menos a la mitad comenzaba la búsqueda. El árbol preferido era el torote por varias razones: No tenía espinas, en esa época del año permanece con hojas aún verdes, tiene normalmente un buen tronco liso como para meterlo en un bote y que se detenga parado, y lo más importante, el olor, el aroma que despide, que para nada se parece al aroma de los pinos, pero que para nosotros si y una vez en el salón de clases inundaba de olor.

Cargábamos con machetes, cuchillos y pala, ésta última porque una vez seleccionado el torote a cortar, había que escarbar un poco para descubrir lo más que se pudiera del tronco y aprovecharlo mejor. No era tan difícil encontrar uno adecuado, había muchos.

Lo cortábamos y pujando y con esfuerzo, pero felices, bajábamos el cerro y caminábamos a la escuela para llevarlo hasta el salón de clases. Ya los compañeros y compañeras nos esperaban con los adornos que trían de casa para poner en el arbolito.

La primera tarea era meter el torote en un bote de esos de galón de pintura. Se le ponían algunas piedras al rededor y se llenaba de arena para que quedara firme y se detuviera parado sin ladearse. Una vez logrado lo anterior, el bote se forraba con papel navideño y cubriendo todo el bote hacia el suelo y alrededor se ponía un chingo de algodón, simulando la nieve; siguiente paso, colocar la extensión con los foquitos de colores, de aquellos grandes, ovalados, no había de otros y al final,  colgar las esferitas de colores en las ramas del árbol y ponerle también, pelo de ángel y tiras de colores y algunas tarjetas de navidad y la estrella hasta arriba cuando se podía. Quedaba hermoso, precioso, y era un orgullo porque todos participábamos en esa tarea. No se usaban entonces los monitos, ositos, angelitos y cosas que se usan hoy, y ni había dinero pa empezar.

El regalo de intercambio se entregaba el ultimo día de clases que era también el día de la posada de la escuela. Ese día era un encanto, todo el día de fiesta. En el salón de clases se hacía el intercambio y cada quién le entregaba su regalo a quién le había tocado en la rifa. Los más pudientes, compraban una caja de cherrys  americanos, con la Norma Aguilar o unos calcetines comprados en Caborca o cosas así. Los menos pudientes te regalaban una bolsita de dulces y chicles comprados con el Señor Torres y Mauricio, pero todos cariñosamente envueltos y todos recibidos con un gusto enorme.

Luego seguía la posada en la cancha de la escuela. Cada salón había, previamente en los días anteriores, preparado y adornado con papel de china y engrudo una hermosa piñata de cinco picos en una olla de barro y se llenaba con naranjas de que Don Miguel, pedazos de caña, un chingo de cacahuates, y unos pocos de dulces y chicles y mucho confeti. Cada salón, de primero a sexto pasaba a quebrar su piñata, amarrada al tablero de basquetbol de la cancha por un lado, y el Profesor Abelardo “El Callado” en la otra punta del mecate jalándolo desde el segundo piso o terraza del edificio.

Como las piñatas era de barro, nunca faltaba el descalabrado al que le caía algún pedazo de olla en la cabeza, pero ni por eso dejaban de tirarse al suelo y agarrar lo mas que se podía de dulces y naranjas y etc. Que felicidad, que bonita navidad.  Ese día todos éramos iguales, amigos, compañeros, ese día no había pies descalzos y mocos en la cara, solo sonrisas y gritos de alegría.

Regresábamos a casa con un cargamento de dulces, sonrisas, gritos, alegría y mucho amor a empezar las vacaciones cortas o de navidad.

NAVIDA